“No hay más arabismos léxicos en Andalucía que en otros territorios”. ENTREVISTA a Lola Pons.

En la imagen, Lola Pons.

“La lengua es también, a su manera, un árbol, nos resguarda, crece con nosotros, florece, tiene sus ciclos…”. Este extracto del libro El árbol de la lengua de la andaluza Lola Pons, resume la mirada con la que la historiadora de la lengua y catedrática de la Universidad de Sevilla, se acerca al discurso tras una larga trayectoria investigativa. Especializada en textos del siglo XV, a Lola Pons la pureza lingüística le parece peligrosa pero también defiende que, al negarla, se producen muchísimos tópicos que no son exhaustivos.

P. ¿Qué se entiende por lengua materna y por qué la existencia de un día para reivindicarla?

 La lengua materna es la primera que adquirimos, o las primeras que adquirimos, si estamos en un entorno multilingüe. También se habla a veces en términos numéricos de L1 frente a L2, aunque lo cierto es que la evocación de lo materno es mucho más apelativa.

Celebramos su día internacional el 21 de febrero, en homenaje a la masacre que se cometió en 1952 contra los hablantes de bengalí que se manifestaron por sus derechos en Bangladés, entonces ocupado por Pakistán.

P. ¿Por qué no paterna?

En latín era patrius sermo, apelando a la comunidad de habla en que uno empieza a manejarse, pero en castellano desde la Edad Media se encuentra esa construcción de “lengua materna” como equivalente a la lengua común o como sinónimo a lengua vernácula, la que no es latín.

P. En uno de tus libros El árbol de la lengua, dices que tenemos mucha fe en lo escrito y que solemos desconfiar de la lengua que hablamos. ¿Estaría la lengua materna más en este segundo ámbito? Por otra parte, ¿cuál es el origen de este desprecio al lenguaje hablado frente al escrito?

Sí, es cierto que en la lengua cotidiana común se asocia la escritura con la permanencia y la oralidad con la fugacidad, se liga el hablar bien con la mera pronunciación identificada con un estándar, y se asocia el escribir bien con la caligrafía esmerada o con el uso de un estilo literario o estéticamente asimilable a lo literario, de hecho, decimos cosas como “ser un libro abierto” haciendo equivaler la posesión de conocimiento con la imagen de un libro.

Hay una tendencia intuitiva a asociar lo oral con contenidos poco trascendentes y, en general, valoramos más el texto escrito que la producción oral a menos que esta esté sostenida sobre las cualidades y características de un discurso escrito. Todos los sistemas de escritura son secundarios, de hecho, hay lenguas sin escritura (y no por eso dejan de ser lenguas).

Es una especie de inevitable paradoja, ya que un sistema de representación lingüística secundario con respecto al habla ha sido reconocido como superior a la oralidad y absorbe valores de prestigio. Pero luego indagamos en encuestas orales sobre léxico y descubrimos ese tesoro de la cultura hispánica que fue el Romancero, cantado por nuestras abuelas mientras lavaban, descubrimos palabras y modos desterrados de la lengua estándar…

P. Haces un símil entre la lengua y un árbol. ¿Nos lo podrías explicar?

Soy historiadora de la lengua, especializada en textos del siglo XV. Un libro entre biografía y novela de ese tiempo, la Crónica de don Pero Niño, me regaló una fabulosa frase: “la lengua es un árbol, tiene las raíces en el corazón y su fruto es la palabra”; la idea es que la palabra refleja nuestras razones y sus sentimentalidades.

La lengua no existe fuera de nosotros: está en nosotros, tiene las raíces y el acento de cómo hablaban en casa; nos aporta los frutos en forma de palabras que vamos adquiriendo, unas generales, otras más técnicas derivadas de la profesión que ejercemos; hay siempre nuevas ramas porque la lengua nunca deja de cambiar; hay un árbol de la ciencia y hay muchos hablantes bajo este árbol.

En mi libro El árbol de la lengua reúno casi 70 historias sobre el español separadas en estos apartados de inspiración “arbóreo”.

P. Hablas del peligro de la pureza lingüística. ¿En qué sentido resulta peligroso y a cuál sería tu definición del “fetichista de las letras” que mencionas en la obra?

El argumento de que la forma de hablar de un lugar, o que una lengua concreta, es “más pura” o “menos contaminada” es anticientífico. Ahora que en época de pandemia vemos claro qué es la ciencia y qué es la invención, qué es la investigación y qué es una patraña, conviene recordar que la Filología y la Lingüística son también ciencias, y que esa idea de pureza lingüística, de asociar las bondades de un idioma a un lugar, es invención y es patraña. Tan peligroso como decir que hay razas superiores a otras.

Otra cosa distinta es esa definición que dio Rosenblat en su momento del “fetichismo de las letras” y que deriva de lo que usted me preguntaba anteriormente: el privilegio que concedemos a la escritura. Para el español, lo vemos por ejemplo en el empeño que ponen algunos en pronunciar distintas b y v solo porque son dos letras diferentes. Esta clase de fetichismo se da en otras lenguas y solo una correcta cultura lingüística la previene y soluciona.

P. ¿Cómo se enseña lengua como materia de estudio y qué abordaje sería oportuno desde tu punto de vista? 

En Primaria creo que debe insistirse aún más hacia la competencia y hacia el uso; lo fundamental en esa etapa es que los críos sepan argumentar, sepan expresarse, describir, relatar, quejarse… armarlo de palabras porque eso es armarlos de herramientas para que mejoren la comprensión y la expresión en cualquiera de las asignaturas que se cursan y, aun fuera de ellas; un niño que no sabe explicarse es un niño desarmado.

Ahora bien, llegada la Secundaria, es necesaria la enseñanza de la gramática y de su terminología, sin duda facilitadora de procesos de enseñanza formal de otras lenguas, desde el inglés al latín.

P. Desde tu punto de vista, ¿qué pasa con una persona o un pueblo que nace pensando que habla mal? ¿Qué consecuencias personales y colectivas tiene esto?

Soy andaluza y esto me suena. Creo que se disparan dos sentimientos encontrados: la reacción exagerada de ‘el andaluz es lo mejor’ o la de ‘hablamos fatal’.

Hay que insistir en que hablar bien no se asocia a ningún patrón de pronunciación concreto; habla bien quien muestra riqueza léxica, estructuras sintácticas bien organizadas, coherencia… Eso es independiente de que sesee, cecee o se aspire. Y esto no es nada nuevo, es lo que se defiende científicamente desde hace décadas pero socialmente hay variedades que tienen mayor o menor prestigio por circunstancias socioeconómicas, nunca desde el punto de vista científico.

P. La hache no es muda ni inútil es un capítulo de tu libro. Dices que la hache está en nuestros genes. Me ha sorprendido el origen de la hache aspirada ya que en Andalucía todo el mundo lo relaciona con una influencia arabófona. ¿No es así?

Pero ese “todo el mundo” no es todo el mundo científico, porque científicamente, es decir, por lo que nos revelan los textos y documentos medievales, sabemos que ese rasgo estuvo extendido por toda la superficie castellanohablante en la Edad Media, que la F latina se aspiraba popularmente y que femina sonaba como “jembra” no solo en Andalucía occidental o en Extremadura, como hoy, sino en Toledo, en Burgos o en Soria.

Andalucía no perdió la aspiración que otros lugares sí perdieron en el XVI. Asociar los fenómenos de pronunciación andaluces a la presencia árabe en la península es un tópico del siglo XIX, propio de una etapa precientífica, superado por los romanistas españoles y extranjeros en cuanto se comenzaron a analizar científicamente y a editar textos. Nadie en ningún foro científico serio liga hoy la génesis del andaluz a la mezcla con el árabe.

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P. Hay una importancia innegable de Al-Ándalus en Andalucía. Sin embargo, tú también pones de manifiesto la huella léxica que han dejado otras lenguas hijas del latín y aseguras que hay muchos arabismos léxicos en todo el Estado español. Que pese al tópico, no son muchos más los arabismos andaluces que los preservados en otras zonas. Si esto no es el factor determinante de la diferencia andaluza, ¿qué lo es, si es que hay algo fácilmente identificable en ese devenir? Y, si no lo es, ¿por qué se usa tanto como argumento histórico diferenciador en algunos ámbitos?

Al-Ándalus tiene una importancia innegable en la conformación histórica de los territorios peninsulares y en nuestra cultura, son muchos siglos de presencia árabe e incluso en lugares donde la presencia árabe fue menor o poco duradera sabemos que se introducen palabras árabes en la lengua común.

El léxico es siempre muy permeable a cambios, lo es menos la sintaxis y la pronunciación, pero, sí, no hay más arabismos léxicos en Andalucía que en otros territorios.

En mi opinión, lo más determinante en la diferencia lingüística andaluza es su pronunciación, que surge a fines del XV de un tronco común previo castellano y al mismo tiempo que en torno a Madrid surge otro modelo de pronunciación nuevo. Ese “Sevilla frente a Madrid” del XVI es un gran identificador externo, y da lugar al seseo, al ceceo…

Ahora bien, no hay un solo rasgo común a todos los andaluces salvo el que quizá menos vemos: la alteración de la /s/ final de sílaba: en cada zona a nuestra manera, pero todos los andaluces la alteramos de alguna forma.

P. “Todo el mundo  habla un dialecto y no una lengua”, es otra afirmación que haces en la obra. ¿Qué es un dialecto? ¿Qué hablamos en Andalucía? ¿Es un dialecto?

Un dialecto es el desarrollo de la lengua en una persona, un tiempo y un espacio determinados. Lo que hablamos en Andalucía se ha llamado dialecto, variedad, modalidad… o en plural, hablas, modalidades…

El problema de la palabra dialecto es que los lingüistas la usamos como cualquier tipo de variedad (geográfica pero también social, de situación, de profesión…) y el habla común la emplea asociada siempre a territorio y con sentido despectivo.

P. Afirmas que son hechos no lingüísticos los que subyacen a las burlas que recibe el andaluz como forma de habla. ¿Cuáles serían esos hechos?

Las lenguas se prestigian o desprestigian por los hablantes a que las asociamos; tópicos agarrados históricamente al andaluz han sido la facundia, la gracia y la incultura, así nos han visto, así hemos permitido que nos representen en muchas ficciones audiovisuales y de esas imágenes emanan muchos juicios negativos.

Pero si quiero ser justa, debo decir que jamás he modificado mi forma de hablar, que he impartido conferencias en universidades muy diversas y que no he sufrido ninguna situación discriminatoria.

No me planteé hacer militancia de mi acento, pero tampoco ocultarlo como hicieron muchas personas que me han precedido en el ejercicio de una cátedra universitaria. Deduzco, espero que no inocentemente, que las cosas están cambiando. Eso no quita para que de vez en cuando aparezca un episodio de eso que llaman “hablismo”.

P. En un artículo afirmas que la lengua es un consenso social. ¿Están las instituciones que tienen que velar por la lengua en sintonía con ese consenso?

No, porque politizan a menudo situaciones que socialmente funcionan sin problema aparente.

P. No sé si conoces la figura de Agustina González. Una granaína que publicó un libro sobre eskritura (así lo escribía ella) futurista. Escribió varias obras que ella misma se autoeditaba. Sin embargo, la fusilaron “por puta” según las propias palabras de quienes la asesinaron. ¿Por qué se violenta a las mujeres que toman la palabra? Se nos tacha de marujas, cotillas cada vez que hacemos uso de la misma. Difícilmente encontramos estos términos en “el masculino”.  ¿Cómo es esa relación compleja con el lenguaje en nuestro caso y cuál es la forma más cotidiana de combatirlo?

En su época estaba muy de moda el ecumenismo lingüístico, la invención de lenguas y la idiosincrasia ortográfica, aunque esa “eskritura” me recuerda a la de un autor extremeño del XVII que se hacía llamar “Gonzalo Korreas”.

En el sentido de su pregunta, hay compañeras que han trabajado sobre cómo toman la palabra las mujeres en los consejos de administración, cómo se las ve, con qué grado de asertividad nos expresamos. Y sacaron una conclusión que, para mi sorpresa, me di cuenta de que era aplicable también a mis alumnas universitarias: esa cosa de empezar a hablar pidiendo disculpas por hacerlo, ese empezar a corregir el ejercicio advirtiendo antes de empezar que “seguro lo resolví erróneamente”… No sé en qué punto de la educación implícita se transmite, pero claramente está ahí.

No veo grandes diferencias en el rendimiento intelectual de ellos y de ellas, pero la toma de palabra es menos asertiva en ellas.

Contestando, en fin, a su pregunta, la mejor forma de que se considere lingüísticamente a cualquier persona es hablar con la regalada convicción y la seguridad que nos pone a nuestra disposición nuestra lengua materna.

Esta entrevista ha sido posible gracias a la aportación de la killa Mecenas Isabel León. Si tú también quieres amadrinar un artículo, aquí tienes la información para hacerlo. Muchas gracias Isabel.

Mar Gallego

Contaora. Felizmente Fracasada. https://www.instagram.com/margallegoes/