Me enseñaron a decir Stonewall

NOTA: Artículo publicado originariamente en Pikara Magazine por esta misma web. Republicamos gracias a las políticas Creative Commons que nos permiten hacerlo citando el contenido original.

Me enseñaron a decir Stonewall antes que Torremolinos. Como palabro no, como signo de resistencia.

Aprendí la fecha 28 de junio de 1969 antes que la del 24 de junio de 1971. Ese día, a aproximadamente 149,16 kilómetros de mi casa materna, la zona de Torremolinos donde se había abierto el primer bar para un público disidente en todo el Estado español sufrió una redada histórica –con metralletas incluidas- en la calle donde se encontraban todos los locales no heteros, no cis: el Pasaje Begoña. Más de 300 personas fueron detenidas.

Se trata de uno de los ataques contra la libertad sexual más graves del pasado siglo, según este artículo de Vanity Fair, que acabó con deportaciones, el cierre de al menos 23 locales nocturnos y multas por “atentados contra la moral pública”.

“La autoridad está dispuesta a que se mantenga un Torremolinos alegre y ligero, que lo será tanto para el común de las personas y de las familias nacionales y extranjeras que nos visitan, cuanto en mayor medida se vea liberado de ciertos factores de procacidad”. Eso decía la nota emitida por la Comisaría General de Málaga.

En definitiva, la eliminación de la diversidad y de los espacios para la vida para fines turísticos. De eso sabemos mucho en Andalucía. De turismo y violencia de género. Algo de lo que nunca se habla. De turismo y desmantelamiento. De turismo y de ausencia de espacios propios, sostenibles y alejados de la temporalidad.

Según las pocas voces vivas que recuerdan aquel suceso, nada volvió a ser lo mismo. Torremolinos pasó de ser el lugar de referencia a una especie de no lugar. Término que explica muy bien cómo nos encontramos quienes habitamos suelos que se destinan a la actividad turística y a nada más. No lugares que son lugares y que se mueven entre potenciales subversivos, lenguas propias y formas de regeneración impredecibles a veces.

5.767,92 kilómetros separan mi casa materna de Nueva York. Sin embargo, sé más de Nueva York que de la historia de Andalucía. Lo mismito que supe más de Guernica que de la Desbandá. El bombardeo más sangriento de la Guerra Civil que se produjo en la carretera Málaga-Almería y que acabó con la vida de entre 3.000 y 5.000 personas.

Con el tiempo he aprendido que –a la hora de rescatar referentes- caemos en muchísimas dinámicas impuestas por la hegemonía. Sin restar resiliencia a Stonewall porque no se trata de esto y admirando sus voces, identidades, circunstancias e hitos que bien nos pueden servir de espejo, me alarma que nunca veamos al referente cerca. E intuyo que esta forma de mirar está totalmente atravesada por las dinámicas capitalistas y cishteropatriarcales(+). Esa mirada nuestra entrenada en un movimiento y proyección concreto que nos lleva siempre a mirar hacia afuera y lejos. A no construir con quien tenemos al lado. A visualizar el camino-carrera que tendremos que perseguir hasta ser algo.

Esa mirada que nos impide ver, valorar y admirar lo que nos sostiene Y que está cerca respirándonos en el cogote. Acolchando nuestras existencias. Rodeando nuestro devenir. El presente que es presencia. El suelo de lo fregao que se pisa porque andamos autómatas a ese delante al que llaman desarrollo.

Por eso, en un ejercicio de dejar de despreciar lo cercano y accesible, me esfuerzo cada día por sospechar, ver y bucear en aquellos territorios donde nos dicen que nunca pasa nada, pero donde, siempre, hubo resistencia, resiliencia y vida abriéndose paso. Si no lo hay, ¿cómo hemos sobrevivido entonces y cómo lo estamos haciendo ahora?

Me enseñaron a decir Stonewall y digo Stonewall, pero sigo y sumo y digo también Torremolinos, Eleno de Céspedes y María del Caño, Paloma Ruiz y Esperanza Moreno, copla y disidencia, Miguel de Molina, la pluma rosa, Kim Pérez, Los Costus, Cristina Ortiz, José Pérez Ocaña, La Petróleo, Federico García Lorca, La Esmeralda de Triana, Manuela Saborido Muñoz Chen (más conocida como Manolita Chen)*.

Y digo ¡Paca!, una mujer trans y de orígenes pobres que paró una procesión en El Puerto de Santa María bajo el grito “¡Muera Franco!”. Y digo La Salvaora que nombraba la identidad de una manera distinta porque a veces nombrar de manera rotunda también nos quita cosillas. Como dice mi querida amiga Ana Rosado“la invisibilización también es una estrategia”. Su frase –la de La Salvaora- para describir su experiencia de vida y transición, quizás no cabría en ninguna sigla de las LGBTIQA(+): “Nosotras nacimos así pero hemos sido de otra manera”. Y digo más. Digo Gracia la Sevillana, vecina de La Veneno que hizo lo que en los pueblos es patrimonio de las disidencias: la práctica de las puertas abiertas. Y como nadie transgrede sola, digo que es referente la vecina, la comare, la amiga, la abuela que nos acogió cuando otra gente no nos quería. La abuela entendida como sujeto político. Y digo casapuerta porque allí más de una nos dimos nuestros primeros frotamientos con alguna amiga. Y digo costureras que han hilado tantos vestidos-identidades desde los cariños más tiernos y que nos enseñaron a fabricar sueños con sus manos. Y digo también eso: ternura. Invocando en estos días a los cariños y los potajes. Los alimentos del alma. Toda esa gente que a veces nos parecen anónimas, con las que limpiamos los suelos y las bases de cada día.

Digo Stonewall y Torremolinos. Y no le piso lo fregao a los territorios que nunca se nombran como referentes pero que siempre lo han sido porque, donde hubo opresión, siempre hubo resiliencia. Y no hay un solo espacio que escape aún de esta transversalidad sistémica.


*NOTA DE LA AUTORA: Manuela Saborido Muñoz Chen (Arcos de la Frontera, 1943) fue la primera mujer trans del estado español en ejercer el derecho a la maternidad a través de la adopción.

Mar Gallego

Contaora. Felizmente Fracasada. https://www.instagram.com/margallegoes/