Lola Flores: “Yo he podido ayudarme a mí misma”

Lola Flores en una escena de la película "Estrella de Sierra Morena".
Lola Flores en una escena de la película “Estrella de Sierra Morena”.

Cuando una mujer narra su historia en primera persona está transgrediendo siempre. En una sociedad machista en la que los relatos de mujeres sólo pueden ser contados desde la trampa del paternalismo o la victimización, cualquier voz que no se ajuste a ese molde es vivida como una amenaza. Cuando una mujer cuenta su historia, el gentío machista siente que se tiene que defender de ella porque las historias de mujeres, dicen, se cuentan para ir contra los hombres. Nunca son historias en sí mismas. Nunca son leídas como historias que se cuentan desde el derecho a contar.

Se atribuye a The New York Times una crítica a Lola Flores al comienzo de su carrera, que fue preludio de todo lo que rodeó después a la llamada “Niña de fuego”. Ella sólo podía ser descrita como negación a algo ya existente: “No canta ni baila, pero no se la pierdan”, decía la nota. Sin embargo, sí que hubo algo que María Dolores Flores Ruiz (Jerez de la Frontera, 1923- Madrid, 1995) hizo desde la afirmación rotunda: ser una de las primeras mujeres en el Estado español en contar públicamente su relato de vida en primera persona.

Gracias a su verdad sin mojigatería impuesta y a la naturalidad con la que narró su devenir, puso sobre la mesa en cada entrevista temas que eran tabú hasta que ella los abordaba, como el sexo a cambio de dinero, la violencia de género, las relaciones extramatrimoniales, la pobreza y el machismo que sufrieron muchas artistas andaluzas desde la posguerra hasta la democracia.

“Pa puta yo”

— El hombre bebía los vientos por mí. Yo no estaba dispuesta a dejarme querer si no era por alguna compensación de dinero. Eso lo tenía muy claro… Un día me dijo: “¿Tú necesitas dinero?” Y le dije: “Sí, 50.000 pesetas”. Me dejó un momento sola en el restaurant, se fue y volvió con el dinero, me dijo: “Ahí lo tienes, vámonos”. Le dije: “No perdona, hoy no podría irme contigo a ningún sitio, mañana te doy mi palabra que iré donde tú quieras”. Y así fue. Me citó en el Hotel Nacional y allí acudí a pagar con mi cuerpo la deuda contraída.

En 1994, una Lola Flores de 71 años contaba en primera persona su vida en la serie televisiva “El coraje de vivir”: desde el arte y que la rodeó en su barrio de Jerez hasta sus viajes al continente americano y su consolidación como artista en Madrid. Impresiona la autenticidad y la resiliencia con la que Lola Flores afrontaba los capítulos de su vida:

— A mi padre le hacía falta un dinero porque cogieron un bar y lo vendieron para que yo fuera artista. Yo hasta que no le devolviera esas 50.000 pesetas… Mi madre cogía una bolsa y se iba abajo y pedía algo para mis hermanos que tenían hambre. Entonces… a mí no me importó. Yo hablé con un señor, que ese señor me enamoró y yo le dije: “Si usted me da lo que yo quiero devolverle a mi padre pues yo hago el amor con usted”. Vamos… el amor con usted y con una jirafa pa darle a mi familia [la gente ríe en el plató].

Rocío Jurado y Lola Flores

La familia de Lola Flores, al igual que la de otras mujeres andaluzas que querían ser grandes figuras del espectáculo, se trasladaba a Madrid con un doble objetivo: proteger a sus hijas y acompañarlas. La propia Rocío Jurado contaba cómo su madre se fue con ella a la capital malviviendo durante años en un cuartucho y pasando penurias hasta que alguien le dio una oportunidad. La transgresión de estas mujeres radicaba en parte en que ser artista por aquel entonces y, sobre todo, artista flamenca arrastraba un desprestigio social como mujer. La bailaora Angelita Gómez llegó a contar que, para la sociedad, “si eras artista eras también puta”.

Tampoco hay que olvidar que, aunque el flamenco hoy sea considerado Patrimonio de la Humanidad, no fue así en sus comienzos, con críticas tan reaccionarias como ésta publicada en 1880 en la revista jerezana Asta Regia: “Ya lo ven nuestros abonados: el elemento flamenco torna a invadir el teatro de Equilaz. En estos días deberá llamarse el coliseo, no teatro de Equilaz, sino Tabanco de… cualquier cosa, porque no puede asociarse nombre tan invicto a manifestación tan repugnante”*.

El arte de las mujeres gitanas andaluzas estaba lleno de subversión, de faldas que volaban y piernas que se imponían y Lola Flores nunca quiso renunciar a esa forma de entenderlo, no estuvo dispuesta a domesticarlo y nunca lo hizo.

La palabra “puta” apareció en su vida más de una ocasión y La Faraona nunca dudó en resignificarla con titulares del tipo “lo hago todos los días”, a sabiendas de que la libertad sexual de mujeres como ella era castigada socialmente. Uno de sus titulares de prensa más llamativos fue el que protagonizó cuando insultaron a su hija Lola con el susodicho término, a lo que ella contestó: “Pa puta yo”.

“Estoy como nunca”

Lola Flores no necesitaba tener veinte años para enseñar, querer su cuerpo o afirmar que estaba como nunca. Parte de las críticas que recibió en vida tenían como fondo real el hecho de que la sociedad machista no soportaba ver a mujeres mayores en activo en la pantallas. Era habitual verla con minifaldas y escotazos: “Todas dicen que soy mayor que ninguna y luego todas parecen mis tías”.

La mirada era, según ella misma, su arma de seducción pero nunca acudió a la cirugía estética porque su secreto era otro. En una entrevista con Jesús Quintero dijo: “¿Sabes por qué yo estoy guapa? Porque el brillo de los ojos no se opera. Porque lo que sientes por dentro te sale a flor de piel. Si estás nulo por dentro o vacío o vacía, vives; pero no te sale a flor de piel la belleza”.

Quintero dijo de ella que fue la persona más libre que había conocido.

“Yo soy gitana de adentro”

El abuelo de Lola, como ella misma contaba una y otra vez, era gitano pero a ella siempre le dio respeto autoproclamarse como tal a pesar de la influencia que recibió de Jerez y a que, como se dice por allí, ella tenía “un cuarterón de gitana”: de padre gachó y madre entreverá. Toda su vida estuvo ligada a su pueblo y todas sus parejas fueron calés. Esta posición de la artista no fue entendida por mucha gente pero en sus declaraciones puede entreverse que lo que Lola tenía era un fuerte respeto como persona y artista hacia un pueblo que sentía suyo y una buena disposición para señalar sus privilegios de no gitana que también tenía por parte de sus orígenes. La defensa del pueblo gitano con el que se crió en calles y tabancos y el reconocimiento de la historia de un pueblo perseguido estuvo presente en cada entrevista:

— Yo soy gitana de adentro y desde que era muy pequeña me he criao con los gitanos… sé el valor positivo que los gitanos tienen, la nobleza que tienen los gitanos y los perseguidos que han sido…

Flores llegó a afirmar que si el pueblo gitano hubiera tenido el lugar que le han dado a los payos hubieran llegado muy lejos: “Si le quitaron todo hace miles de años y por qué te crees tú que hacen los gitanos las canastas… porque donde estaban, donde se metían los quitaban de tó y si había un robo o un crimen se lo achacaban a los gitanos. Entonces terminaron pa poder subsistir, pa podé comé, cogiendo las cañas de los ríos y haciendo canastas”. Y acababa diciendo: “Yo los conozco bien”.

La admiración era recíproca y la lectura, siendo Lola Flores de Jerez, debería ser local. En 2017, Juan de Dios Ramírez-Heredia, presidente de Unión Romaní le dedicaba un artículo a la artista tras saber que la estatua de su tumba apareció profanada:

“Se necesitarían muchas páginas para trazar un bosquejo del arte supremo que esta mujer encerraba en su cuerpo. Lo tenía todo: genio y temperamento, ingredientes indispensables para interpretar cualquier estilo flamenco. Un cierto sentido de valentía irresponsable (todos los que presumen de serlo, lo son) que la empujaba a plantarle cara a la vida sin mirar los perjuicios que podría causarle. ¿Alguien puede mostrarme el “gitanómetro” infame que pudiera servir para medir el grado de pureza de la sangre gitana o no gitana que circulaba por las venas de esta mujer excepcional? Alguna vez, en algunas de mis intervenciones públicas en Andalucía, he retado provocadoramente a mi auditorio pidiéndoles que levantaran la mano quienes pudieran asegurar que tras 500 años de presencia gitana en Andalucía no corría por sus arterias una “mijita” de sangre flamenca. Os lo aseguro: jamás nadie lo hizo. ¿Y saben ustedes por qué? Porque en Andalucía todo el mundo (dejémoslo en “casi” todo el mundo) es gitano. Por esa razón Lola Flores era y es la muestra más palpable del componente humano que define a la tierra de las cuatro culturas: la cristiana, la judía, la mora y la gitana”.

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La colaboradora de Pikara, Noelia Cortés comparte su opinión. Para ella, Lola era gitana y no hubiera existido sin la presencia de su abuelo y sin haber vivido rodeada del arte calé, pero va más allá: “Ella tenía una luz especial dentro y supo ver al pueblo gitano con tanta empatía… No era una paya que dice es que me creo gitana y le voy a hablar a los gitanos de quiénes son, no”. Cortés afirma que, aparte de los orígenes gitanos de la artista, le marcó el hecho de que lo andaluz y lo gitano están mezclados: “Eso es lo bonito, que hay un punto de encuentro que forma esa identidad de la que tanto hablamos; del que emanan las dos identidades y Lola estaba en eso y, sobre todo, mostró un respeto muy grande hacia la cultura gitana”.

La pianista gitana y compositora de flamenco, Rosario Montoya también hizo referencia en una entrevista a la figura de Flores: “tendrá sangre gachí pero yo siempre la he visto gitana como yo”. El azar quiso que Lola Flores se fuera un 16 de mayo de 1995, el Día de la Resistencia Romaní.

Los tres pasos pa atrás

Antes del dúo artístico que Lola Flores conformó con el gran Antonio González El Pescaílla, la jerezana trabajó con menos de veinte años en otro dúo con el conocidísimo Manolo Caracol. Él, mucho mayor que ella, casado y con muchísimo prestigio en el mundo del cante, acabó ejerciendo violencia sobre la jerezana, quien reconoció en numerosas ocasiones que estaba totalmente enganchada a Caracol. No fue hasta que se produjo la muerte repentina del hermano adolescente de Lola, que siempre le decía que Caracol “le acabaría buscando la ruina”, cuando Flores abrió los ojos y decidió dejar la relación.

En una entrevista le preguntaron qué hubiera sido de su vida si hubiera seguido con Caracol:

— Pues hubiese terminado como él. Muy mal. Lo que pasa es que gracias a Dios tuve mi sentío común porque yo con dieciséis años me tomaba unos vasos de coñac como éstos y no me acostaba… Era un hombre muy difícil de ligar… yo estaba como con una venda, yo estaba enamoraíta perdía de él hasta que me di cuenta, me lo hizo pasar muy mal. No disfruté de mis éxitos porque era un egoísta tremendo…

Ya en el “Coraje de vivir” habló directamente de maltrato.

“Yo no le pido a nadie compasión”

La admiración hacia otras mujeres artistas y cómo se desvivía en presentarlas, su famoso “quién no se ha dao un pipazo con una buena amiga”, su forma de rapear o de homenajear a Lorca, su frases que quedarán para la historia como aquella de “si me queréi, irse” o aquella otra de “si una peseta me diera cada español” que se adelantó al crowdfunding con recompensa y todo (“y después yo no sé me iría al estadio con todos los que han dao esa peseta para tomarme una copa con ellos y llorar de alegría); su naturalidad al hablar de las drogas muy presentes, según ella, en el mundo del artisteo…. Todo ello hizo de Lola Flores una influencia importante para grandes figuras como el propio Pedro Almodóvar, que afirmó en una entrevista que ella y Andy Warhol eran su principal inspiración.

Nos guste o no, Lola Flores fue una mujer que tuvo la valentía de contar su propio relato sin pelos en la lengua. Transgresora de las fronteras discursivas, de todo lo decible y lo indecible, habitó lo inclasificable como todo personaje carismático que se precie. No quiso dar una imagen errónea al mundo llena de blancura, perfección y pureza y fue generosa en afirmar que, en ese largo camino hacia el éxito, no había pasado sin tropezar. Su vida era el relato de quien se sabe llevar al límite sin perder nunca el control sobre sí misma: “Si tengo que pasar un puente sabiendo lo que me va a pasar, lo paso. Ahora, cuando llego al precipicio, una servidora da los tres pasos pa atrás”. Su legado personal evoca la decisión de no convertirse en víctima a pesar de los reveses.

Lola Flores tuvo tanto el coraje de vivir como el de contarlo en una sociedad en la que las mujeres no tenían la oportunidad de sanar a través del relato sin ser cuestionadas. En su tema “Triste” la artista decía: “Hoy quiero saborear mi dolor, yo no le pido a nadie compasión ni piedad. La historia de mi amor se escribió para la eternidad…”.

Y acababa alzando la voz varias veces diciendo:

“¡Yo he podido ayudarme a mí misma!”.


*La figura de Lola Flores, por su complejidad y su continuidad como artista en etapas históricas muy distintas, ha llegado incluso a la Academia andaluza. El profesor de la Universidad de Cádiz Alberto Romero Ferrer publicó una tesis doctoral sobre la artista llamada “Lola Flores. Cultura popular, memoria sentimental e historia del espectáculo”, que es de donde proviene esta cita. La obra obtuvo el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos en 2016. Además se han hecho ciclos sobre su figura en la Universidad de Cádiz.

*Este artículo fue publicado en Pikara Magazine. Gracias a la Licencia Creative Commons, también podéis disfrutar de él en esta web.

Mar Gallego

Contaora. Felizmente Fracasada. https://www.instagram.com/margallegoes/