Lavavajillas, estropajo y Tó Santos. Políticas de la desmemoria
Recuperar la memoria invisible siempre ha sido tanto una batalla de los pueblos relegados a la pobreza, como una reivindicación de las políticas de izquierda. Sin embargo, en los últimos años, hemos visto cómo en Andalucía se ha intensificado esta reivindicación que se ha convertido en una prioridad en nuestros escritos, películas, programas políticos e hilos de twitter.
Frente a la amenaza viral, colorista y atractiva del sueño americano, nos damos cuenta de que —al contrario de la Historia oficial y de aquellas que se van colando desde sus lúdicas tradiciones— la memoria nos permite echar mano de genealogías sentimentales que nunca fueron verbalizadas. Contextualizan nuestra situación desde relatos que nos dan el porqué negado y que nos dignifican a pesar de nuestra —así lo llamaría Remedios Zafra— “ausencia de linajes”. Se trata de un altavoz necesario para poner en el mapa discursos cuya desaparición tienen como propósito responsabilizarnos y autoculparnos por ese 37,3% de población que vive en Andalucía en riesgo de pobreza y/o exclusión social.
Aún reconociendo la importancia de esta labor de recuperación histórica en Andalucía, no todas las identidades hemos vivido esta lucha por la Memoria histórica de la misma forma. Algunas creemos que en ocasiones, al intentar rescatarla, caemos en los mismos patrones hegemónicos que inciden en nombrar únicamente los actos considerados excepcionales y heroicos. Aquellos que históricamente han sido considerados políticos junto a los resquicios de un pasado glorioso que una vez tuvimos y nos arrebataron.
Al hacerlo, olvidamos de nuevo las aportaciones imprescindibles de quienes hacen su labor en lo ordinario y cotidiano, quienes siempre han estado y están sin ser vistas: las mujeres andaluzas de clase obrera. Lo expresaba así Claude Simone en la novela La hierba,
“La Historia no es, como quisieran hacer creer los manuales escolares, una serie discontinua de fechas, tratados y batallas espectaculares y deslumbrantes […]. Si soportar la Historia (no resignarse ante ella: soportarla) es hacerla, entonces la desteñida existencia de una anciana es la Historia misma, la materia de la que está hecha la Historia… A condición de que la comprendamos”.
Poner el foco en qué pasados queremos rescatar y por qué resulta fundamental para no seguir negando a quienes siempre son negadas. Ante el colorido y la grandeza de los hitos históricos, a algunas nos apetece hablar de los lugares oscuros donde se encierran los lutos y de la importancia de lo que se ha considerado pequeño. Creemos que es justo ahí donde conseguiremos construir sin tanto ego y tanto individualismo. Creemos también que las realidades que pretendemos construir con nuestros relatos sólo discernirán de las que queremos combatir, si agradecemos tanto a quienes exigen levantar tumbas para hacer justicia social como a quienes —cada Tó Santos (Día de Todos los Santos) y Día de los Difuntos—, limpian lápidas con lavavajillas y agua sin recibir nada a cambio y siendo excluidas de todo lo que se considera político.
A día de hoy, han sido y siguen siendo las mujeres de los cubos en los cementerios, las flores frescas o de plástico, el delantal y las prisas en los andares, quienes han salvado del olvido —sin afanes protagonistas— nuestros recuerdos. Han dado importancia a la memoria en sus salones destartalaos, diseñados bajo la única ley estética de iluminar, como en un museo, a los seres queridos. Enmarcarcando en una foto su huella y su devenir. Sin ese gesto, sus pasos pasarían, seguro, al olvido.
Simplemente con el trabajo de su voluntad política y su incansable quehacer, el trabajo de estas mujeres no se reduce a la reproducción de una mera tradición machista que, hoy —en la sociedad del postureo—, se nos antoja rancia y —de nuevo— sin mérito alguno. Que los cementerios solo sean espacios políticos cuando son hombres de izquierdas los que reivindican Memoria es lo que empieza a oler a rancio.
La Memoria para nosotras, las mujeres andaluzas de orígenes humildes, es el motor cotidiano e invisible que insiste en dar importancia a quienes históricamente nunca la tuvieron: las víctimas de una guerra invisible que murieron y resistieron en la batalla de los cuidados, el trabajo asalariado mal pagado o aquellos que nunca fueron considerados como tal. Nuestro gesto… su gesto… dignifica y da culto a figuras históricas cuyos nombres sólo aparecerán escritos en las lápidas a las que en estos días sacamos brillo. Nombres propios que nunca aparecerán en los libros de importancia. Porque como recuerda Josefa ante la tumba de su madre después de haber hecho su faena: “Pasó esta mujer lo que no está escrito”.
*Este artículo fue publicado en El Salto Andalucía. Se recupera aquí gracias a la posibilidad que nos da la Liciencia Creativa Commos