Reinventar la croqueta

Cadáver e̶x̶q̶u̶i̶s̶i̶t̶o̶ elaborado en el instagram de feminismo_andaluz .
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Kevin MacLeod ~ Air Prelude

Aquella mañana supo que la persona que solía ser se había extinguido. Desacostumbrada a su reciente forma de sentir el mundo, hasta una caminata por la plaza le resultaba un nuevo lugar para inventarse y con el que interactuar. Las nuevas formas no estaban definidas. Ella misma estaba en un monstruoso proceso de creación continua.

La frustración y la creatividad se enraizaban en ella a partes iguales. Frustración por su historia, por su sufrimiento, por todos los fallos que la habían llevado a ser incómodamente ella. Creatividad porque, antes que nada, el caos solo era una forma de cambio, de transmutar en su próxima mejor versión, y eso le daba placer y miedo a partes iguales.

Sin embargo, hoy era uno de esos días en que el miedo la sobrecogía, y todo atisbo de creatividad se escondía entre sus sábanas de franela. ¿Cómo salir de la comodidad de la cama? ¿Cómo enfrentarse al frío suelo? No había otra forma. Debía salir de allí y enfrentarse a lo que venía. Tenía que ser rápida y valiente y no dejarse llevar por todos los pensamientos que se atragantaban en su garganta. Puso un pie fuera de la cama y, como ya sabía, el frío del suelo la estremeció. Lo que no sabía era que una sonrisa, que no sabía de donde venía, se iba a dibujar en sus labios.

Sacó el brazo, evaluó los daños, tuvo frío y regresó al olor cálido de su cuerpo debajo de las sábanas, sintiéndose culpable de la pereza y de la hora. Fuera, las vecinas charlaban de sus días aburridos. En casa, Andrés sorbía sonoramente su café en algún lugar.

Sí, su gato era así de caprichoso y ruidoso. Le había puesto el nombre por su abuelo. Como todos los gatos remolineaba en la cama y era perezoso. Dicen que las mascotas se parecen a sus dueñxs, pensó. ¿Por qué un gato podía serlo y ella no? ¿Por qué se tenía que sentir culpable por no querer hacer nada?

Siempre había soñado con una existencia liviana y nihilista. Pero sus mundanos deberes como presidenta del Banco Mundial se lo impedían. “Voy a tener que hacer algo al respecto” pensó, mientras se lamía un trozo de queso del codo.

El queso le recordó aquellos momentos en el patio de su abuela en los Alpes, con los jazmines congelados listos para convertirse en sorbete y ser el postre de la cena. Y la bandurria sonando bajita para no provocar aludes. Acabó de lamerse el codo y se levantó. Ya era la hora.

Caminó hasta la estación de tren. Estaba más lejos de lo que recordaba, pero aprovechó el paseo para grabar en su recuerdo cada una de las sensaciones que le producía aquel lugar.

De repente algo pasó. Una moneda de 2€ se le cruzó en el camino y pensó “Joder, que suerte la mia, killo”. Entonces no tuvo más remedio que, aun estando apurada de tiempo porque iba llegar tarde al convento, irse al bar de Lola a tomarse un par de porritas.

Con las ansias y las prisas de no llevarse la bronca del siglo luego, la muy despistada se levantó deprisa y se puso a cruzar de mala manera la carretera sin mirar. Lo último que vio fue aquel tráiler enorme que se le echaba encima.

Un frenazo ruidoso le hizo saltar el corazón y corrió por la calle avergonzada mientras los insultos del conductor la perseguían en su huida en la que perdió el pequeño regalo. Se había caído en un charco en la carrera y no quiso volver a recogerlo. Había perdido para siempre su contenido

Le habría hecho tanta ilusión abrirlo que lloró de rabia. Si ese conductor no hubiera estado ahí… nada habría pasado. Llevaba meses esperando el satisfyer y la sola idea de que estuviera en ese charco mojándose…

Quiso en ese momento, volver a ser la mujer que fue antaño y lloró… Lloró imaginando que nada había ocurrido y lo hizo en ese charco de modo que sus lágrimas iban de sus ojos al charco como si de un río se tratara. Entonces fue cuando vio su propia imagen reflejada en la superficie improvisada de aquel charco. Fue entonces cuando cayo en la cuenta de que no era ella quien lloraba. Estaba mirando a una persona que no era ella misma pero que sí lo era. Sintió que la cabeza la iba a explotar. Se llevo las manos a las sienes y apretó. Apretó hasta que le dolieron las muñecas pero no conseguía entender qué leches estaba pasando.

Fue entonces cuando cayo en la cuenta de que no era ella quien lloraba. Estaba mirando a una persona que no era ella

Escuchó un siseo tras ella y, al girarse, se vio a sí misma de niña escuchando las voces que le decían lo que se esperaba de ella. Voces que le dibujaban un futuro predecible y la vereda a seguir y le dio un dolor de cabeza tan grande que, dada su naturaleza rebelde y positiva, empezaron a brotarle flores y algas de roble entre los cabellos.

Todo ese entorno que antes se le antojó gris y ominoso, se fue diluyendo entre las flores que de su cabello seguían brotando incesantemente y bajo las algas que alfombraban sus pies, palpitaba una luz al fondo del estanque recién nacido.

Presentía un renacer, algo dentro si le decía que estaba lista. Una bella sensación inundaba su cuerpo, la poseía. Abrio sus brazos e inspiró fuerte, llenando sus pulmones de un nuevo aire.

Alzó la mirada y allí estaba. Un pequeño altar en una esquina como un enorme espejismo en el desierto. Tras él estaba su grupo de amigas señalándole una generosa copa de cerveza. Se acercó a ellas y, entre lágrimas de alegría, estrenó su nuevo cuerpo mientras revisaba un menú que su gato había depositado en el mármol. “No hay croquetas illa, ¿no va a haber croquetas en el futuro?”, le dijo a Ana.

Respiró dos veces y se recompuso. Se centró en la fusión de todo lo que sí existía a su alrededor. Quizás lo que perdió es lo que que ha ganado. Quizás está cansada de señalar lo que falta y le falta. Quizás no necesite nada más. Quizás sea el momento de desaprenderse entera o reinventar la croqueta.

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Mar Gallego

Contaora. Felizmente Fracasada. https://www.instagram.com/margallegoes/